No sabemos colectivamente cual es nuestro norte y esa es una gran debilidad que padecemos ecológicamente, como sociedad. así estamos en la ciudad a si nos vemos.
En Cartagena la crisis ambiental es permanente, consustancial con nuestra vivencia histórica. Vivimos inmersos en ella y, duele decirlo, navegamos sin dirección en medio de la tormenta. Lo que hacemos es menos que lo que decimos que hacemos. Hay más reuniones que acciones de vigilancia, control y recuperación ambiental. Es más, de eso en la ciudad hoy, poco o nada. No hay un objetivo estratégico y menos quien guie.
Aunque por razones obvias las normas ambientales son de Orden Público, en este rincón de El Caribe, pese a su demostrada importancia, no son consideradas una prioridad.
Mientras los entes estatales siguen discutiendo quien es competente o no para defender los recursos naturales y todos estamos obligados a protegerlos, los que de frente violan la ley, delinquen, se apropian y ríen.
El ecosistema sufre, llora, se resiste, pero pedazos de vida comienzan a morir. El bosque deja de aportar oxígeno, el relleno es garantía de muerte. Gracias a la “inteligencia delictiva” la “posesión” notarizada de lo imprescriptible y el alegado “debido proceso” anulan mandatos constitucionales, tratados internacionales, leyes, resoluciones, acuerdos.
Y, además, anula la voluntad política del gobernante y obligaciones precisas de las fuerzas armadas, cuya esencia misional es la de defender la soberanía sobre un Territorio, que es de todos los ciudadanos y está siendo cercenado.
La zonificación de manglares y el POT no se respetan. En materia penal el hecho de ser zona protegida ambientalmente agrava teóricamente la pena. En la práctica, hasta hoy, poco ha importado porque, entre otras, se desconoce la enorme importancia de las ciénagas en la reproducción de las más de 1200 que viven en los manglares.
Queda claro entonces que la primera de las soluciones para frenar la urbanización multiestrato de la ciénaga, la apropiación indebida de las aguas, es encarando, revertiendo y reconstruyendo, primero el ejercicio de la AUTORIDAD y, segundo, los ecosistemas afectados.
Parar en seco el daño continuado y la superestructura que lo protege, esa tiene que ser la misión colectiva del hoy.
Los autores intelectuales que prevalidos de su condición de abogados se hacen cómplices defendiendo lo indefendible tiene que ser procesados y castigados. Quienes pudiendo evitar los daños, a sabiendas, les hacen el juego, desdicen de su rigor ético.
Todo se convierte en procesos que nunca conocen un final. Los culpables son declarados inocentes con el silencio o con “fallos” judiciales. Si el fallo es a favor no se ejecuta.
Por eso no se puede callar frente a la reconocida incompetencia de los entes estatales: aumenta la impunidad y estimula el daño ambiental, lo masifica. Las complicidades y el miedo inmovilizan las acciones y la mística. El silencio y la inacción se hacen cómplices.
Es el caso de las invasiones en la ciénaga de la Virgen y demás ecosistemas mangláricos de la costa norte, existe una superestructura con raíces profundas nutridas de históricas apropiaciones indebidas del patrimonio público.
Cuando los españoles llegaron Kalamari era un conjunto de Islas mangláricas, una bahía coralina, núcleo de un magistral ecosistema de litoral compuesto por ciénagas, lagunas, caños, playas, playones inundables, manglares, biodiversidad pletórica, despensa alimentaria que se niega a sucumbir ante el insostenible maltrato.
Con la piedra de la muralla se tapó el caño de San Anastacio que comunicaba la bahía de las Ánimas con el complejo lagunar de El Cabrero, Chambacú y San Lázaro.
Que hoy en la zona norte hay quienes quieran urbanizar la ciénaga de la Virgen y construir sobre los manglares y las aguas, no es nada nuevo.
Para corroborar lo dicho, baste observar en ese espacio hidrográfico, un punto nodal que permite examinar los conflictos ambientales existentes.
Laguna de Chambacú: descargas de aguas residuales, eliminación de los manglares y rellenos en Puerto Duro, mal manejo de los residuos sólidos, focos de contaminación.
Compuerta del sistema de la Bocana Estabilizada de Mareas amarrada, inutilizada la dilución descontaminadora, pescante desmantelado, caseta de vigilancia robada. Proximidad del CAI menos de 100 metros.
Parque del Manglar desmantelado y en abandono como el parque Apolo, sitio de depósito de escombros y zona de parqueo de taxis. Y claro, no podía faltar el histórico relleno que cercenó la comunicación del mar con la laguna de el Cabrero, ordenada por el ilustre presidente Rafael Núñez para facilitar la llegada a su casa.
Es de reciente recordación la oposición ciudadana a un inoficioso dragado en la laguna de El Cabrero que iba a ser pagado con lotes a rellenar en el espejo de agua protegido. Esta función de escriturarse el agua la ejerce Edurbe, entidad anacrónica facultada para comerciar con los rellenos y la eliminación del manglar. Pensemos en lo que va a suceder con la quinta avenida que nacerá sacrificando el caño de Bazurto y la ciénaga de las Quintas en convertirse en un Ecocidio.
Este panorama caótico nos permite ver un activo: La resiembra y desarrollo de los manglares que a partir de 1995 iniciaron su función histórica de proteger la orilla y las aguas de tan hermosa laguna.