A pesar de las altas expectativas macroeconómicas consideradas por muchos analistas en cuanto al crecimiento económico de 2022, enmarcado en el denominado proceso de reactivación económica, el panorama empresarial colombiano no se ve con muy buen tiempo. Durante el primer y segundo trimestre de 2022 el PIB alcanzó el 8.5% y 12.6% de variación interanual respectivamente, con 41 décimas de diferencia entre periodos. embargo, las altas e históricas tasas de inflación registradas en lo corrido del año, la controvertida reforma tributaria y una tasa de cambio por las nubes, empañan esa tendencia de crecimiento económico del país en el corto plazo.
Por el lado de la inflación dada su creciente variación, el Banco de la Republica ha optado por ajustar gradualmente su política monetaria, cuyo objetivo, recordado sea de paso, es mantener una tasa de inflación baja y estable, y alcanzar el máximo nivel sostenible del producto y del empleo, ajustando la tasa de interés en un 10%.
En consecuencia, se ha generado un alto costo de oportunidad que se verá en la contracción del consumo de corto plazo. Al subir las tasas se encarece el dinero y este en teoría se hace escaso, por lo que las personas y las empresas reducen la financiación de bienes y/o servicios y por consiguiente se da una contracción generalizada de la demanda interna.
En ese sentido ante una inminente disminución del consumo, hay dos aristas que profundizan la situación. Por un lado, como lo dicta la teoría de oferta y demanda, deberían empezar a tener pendiente negativa los precios con presión inflacionaria, pero dado los bajos índices de productividad y a la sensibilidad de la oferta de bienes y servicios, esta se desacelera ampliando el margen de escases y presionando más los precios al alza. Y, por otro lado, consecuencia de lo anterior la afectación al empleo del país.
Técnicamente, al atajar la inflación mediante la política monetaria se afecta el empleo, reduciendo el dinamismo del mercado laboral. No obstante a ello y de manera muy particular se podría pensar que bajo esa estrategia se cumpla el objetivo de controlar la inflación, pero este es precisamente el punto en donde se encienden las alarmas teniendo en cuenta que las presiones inflacionarias son de carácter externo y las reacciones de la política monetaria nacional no inciden directamente en esas presiones, las cuales seguirán inocuamente siendo combatidas con instrumentos que eventualmente podrían consecuencias acarrear perjudiciales e inevitables en el tejido empresarial de nuestro país. Por su parte, la discutida reforma tributaria pone de plano un gran desafío al tratar de conciliar la Tasa Real Tributaria. Tarea pendiente del ministerio de hacienda con el empresariado y que define la afectación real que los impuestos ejercen sobre las utilidades.
Según cifras de la ANDI, esta tasa está en un 50%, resultando bastante alejada del 34% que define el impuesto de renta y que podría aumentar la primera hasta en un 70% de aprobar algunos aspectos en la reforma.
De otro lado el efecto de la tasa de cambio y su indolente presión sobre el peso es otro desafío por parte del banco emisor a controlar. A nivel mundial el dólar ha tomado fuerza dada su característica de activo refugio, previendo una casi infalible recesión económica mundial que evidentemente golpeará la empresa colombiana y con efectos en el consumidor final, quien tendrá que pagar más por todos los bienes importados, presionando una vez más el fenómeno inflacionario del que ya hablamos.
No se ven tiempos fáciles ni dóciles, las medidas tradicionales de controlar la inflación y el dólar como los ajustes a la política fiscal y cambiaria del Bando de la Republica quizá esta vez sea inútil. Es hora de plantear nuevos frentes que deben ser motivados desde el ejecutivo que coadyuven el aumento de la productividad del país, de aprovechar y apoyar el emprendimiento como vehículo de superación de la pobreza a través de la generación de empleo y de plantear una carga tributaria flexible considerando todo este panorama del empresariado en Colombia.